HOGAR, DULCE HOGAR.
El hogar es la piedra angular sobre la que establecemos nuestra vida, nuestra familia. Es el bien que cubre una de nuestras necesidades más básicas, la de protección, tanto física como mental. Podemos cambiar de vivienda, mudarnos a la calle de al lado, a otra población o a otro país, pero allá donde nos encontremos, tendremos la necesidad, antes que nada, de hacernos con un lugar al que llamar hogar. Y ahora, más que nunca, nuestro hogar se ha convertido en nuestro último refugio, en nuestra trinchera. Es el único lugar donde nos sentimos seguros y desde el que aguardamos la llegada de tiempos mejores, de aires más limpios. Esperamos desde nuestros balcones, a golpe de aplauso diario, que pase el tiempo. Que pase de largo y se lleve consigo este mal sueño. Que nos devuelva la rutina que nos fue robada. Vemos que las miradas cómplices de los vecinos, a los que descubrirnos de repente en balcones que no conocíamos, nos dicen que ellos piensan lo mismo. Por contra, en el lado opuesto a la seguridad del hogar, está la calle. Una calle que nunca habíamos visto tan fría y tan silenciosa. En las pocas ocasiones en las que tenemos que salir para hacer una tarea esencial nos enfundamos con mascarillas y guantes a los que nos aferramos para encontrar algo de seguridad fuera de nuestro refugio. Vamos caminando alerta, esquivando a las pocas personas con las que nos cruzamos. Guardamos una distancia de seguridad que se nos antoja excesiva, casi hiriente, pero que nos vemos obligados a adoptar por nuestro bien y el de los demás. Hasta que al final, a la vuelta del camino, ese que recorremos llenos de zozobra y con rara sensación de inseguridad, llegamos de nuevo a casa, cruzamos la frontera y volvemos a abrazar a los nuestros. Pues bien, a la vista de la importancia del hogar, es interesante destacar que en estos días se han aprobado las medidas económicas que permitirán, a las personas más castigadas por la crisis del COVID-19, hacer frente al pago del alquiler de su vivienda habitual durante el periodo de crisis. Esto ofrecerá, a muchas personas que ven peligrar el pago de su vivienda, el acceso un plan de contingencia con el que solventar tan difícil situación. Se trata de una ayuda, a fondo perdido, para pagar la renta mensual del alquiler de su vivienda habitual y que puede llegar hasta un importe de 900 euros al mes. La duración de esta ayuda es por un periodo máximo de 6 meses y ya se puede solicitar la correspondiente al mes de abril. Para que una persona sea beneficiaria de esta ayuda debe encontrarse en una situación de vulnerabilidad, económica o social, sobrevenida a causa de la crisis COVID-19, esto es, haber sido despedida de su trabajo, estar en situación de ERTE, haber cesado en su actividad como autónoma o haber visto reducidos sus ingresos en más del 75%. También debe cumplirse que la suma del importe del alquiler más los gastos de suministro (luz, agua, comunidad, etc) supongan más del 35% de los ingresos de la unidad familiar, es decir, de todos los sueldos que entran en casa. Y como último requisito, los ingresos de la unidad familiar no deben superar tres veces el IPREM, esto es, 1.613 euros mensuales, como norma general. Esta cantidad límite de ingresos se incrementará en caso de tener hijos a cargo. Si te encuentras en esta situación y cumples los requisitos expuestos, podrás solicitar la ayuda que te permita hacer frente al pago de tu vivienda. De esa forma podrás seguir manteniendo tu refugio y desde ahí, esperar tiempos mejores. Pero esos tiempos mejores no vendrán solos, ni llegarán si esperas sentado. Hay que aprovechar el momento y la cobertura recibida para para crecer, Para aprender nuevas habilidades con las que manejar las herramientas del futuro, las que sirvan a todos en el mundo del mañana. De la situación de vulnerabilidad no se sale únicamente con ayudas. Deben ser el sustento a corto plazo para que nadie quede atrás, pero las metas individuales y colectivas deben ser mucho mayores a la mera subsistencia.
David Gómez Rosa (VIVEIRO ASESORES)