LÁGRIMAS DE GIGANTES
Creo que solo con ver la foto este artículo bien podría terminar aquí. Pero es que, además de
una bonita imagen de dos hombres, dos amigos y dos rivales -que no enemigos-, llorando de
la mano, lo que desvela esta foto es una gran enseñanza sobre como afrontar el deporte y la
vida a través de los valores. Entre ambos suman 42 títulos de Grand Slam, uno 22 y otro 20.
Evidentemente da igual quien sea el que tiene más porque eso no es lo importante y en ambos
casos es una barbaridad. Se trata de dos de los mejores tenistas y, por carrera, de los mejores
deportistas de todos los tiempos. Tienen en común que desde muy pequeños se dedicaron en
cuerpo y alma a este deporte, dejándose por el camino buena parte de la infancia y la
juventud. Solo se llega hasta el olimpo de los dioses del deporte con unos valores de
constancia, sacrificio, ambición y tenacidad exacerbados. Con el nivel de exigencia del
deporte de élite, la presión física y mental para competir cada día es máxima. Lo que te
separa de alzarte con el título es tu rival y estos señores fueron rivales ni más ni menos que
40 veces. En un deporte como el tenis, cuando llegas a ese nivel de calidad, los partidos se
vuelven más psicológicos que técnicos. Más que con el cuerpo, se juega con el alma y la
mente. El partido se convierte en un baile de sensaciones. Y esa guerra psicológica con tu
rival es fácil que te lleve a verlo como tu enemigo. Que lo odies, lo desprecies, que lleves
fuera de la pista la lucha, las frustraciones y una animadversión insana hacia tu rival. Pero
aquí está la grandeza de estos dos caballeros. No sólo han sido los mejores dentro de la pista,
sino que fuera de ella también. Han sabido competir enfrentándose hasta la extenuación por
ganar al otro, pero manteniendo el respeto, la admiración e, incluso, la amistad por su rival y
compañero. Y al finalizar cada partido, cada campeonato, han sido capaces de convertir esa
lucha titánica, esa rivalidad, en un lance más de batalla del que aprender, compartir y
comentar como dos colegas que caminan juntos, uno al lado del otro, y no como dos
enemigos enfrentados. Federer y Nadal tienen cientos de motivos más que cualquiera para
sentirse triunfadores, especiales, altivos, héroes… Y sin embargo ambos irradian humildad,
sencillez, naturalidad y una verdad desgarradora que se vuelve lágrimas cuando uno de ellos
tiene que dejar el deporte que ha sido su vida. La sensación de despedida de uno y orfandad
del otro se escenifica en unas manos entrelazadas que se aferran con fuerza a esa amistad y
esa rivalidad que termina. Esas manos se funden en una imagen icónica que rompe estúpidos
estereotipos y deja ver, no a dos tenistas ricos y famosos, sino a dos amigos que sienten que,
como deportistas, el camino se acaba y una parte de su ser queda atrás para siempre.
Nostalgia, tristeza y desazón para los aficionados al tenis y al deporte, pero un gesto más de
estos dos gigantes que los ennoblece más si cabe. Y un rayo de esperanza, sobre todo para los
más jóvenes, que aún encuentran espejos dignos en los que mirarse. Esto son valores, esto es
deporte con mayúsculas y esto es a lo que todos debemos aspirar en cualquier faceta de la
vida: la búsqueda de la excelencia, la mejora continua y la competitividad, pero sin dejar de
ver a los rivales como compañeros a los que respetar y admirar porque no son más que
personas, como nosotros, que recorren el mismo camino a nuestro lado haciéndonos mejorar
mutuamente.
“Porque los hombres se elevan y caen como el trigo en invierno, pero estos hombres nunca
morirán. ¡Que digan que caminé con gigantes! ¡Que digan que viví en los tiempos de Nadal
y de Federer!”
David Gómez Rosa (VIVEIRO ASESORES)