DESDE CHIQUITITO SE ENDEREZA EL ARBOLITO
Una de las tareas más importantes que tenemos como individuos es la educación de nuestros hijos. Es una tarea apasionante pero también dura, constante y absorbente. No puedes descuidarte ni un segundo ya que, en un desliz, puedes echar por tierra todo el trabajo realizado durante meses o años. Y es así porque los niños son expertos retadores que, desde que nacen, tienen como única misión tensar la cuerda para ver dónde están los límites. Como un día te pillen con la guardia baja, que pasará, y relajes las exigencias, que pasará, ten por seguro que lo aprovecharán y se llevarán un metro más de cuerda de la que tenían, y esa concesión se vuelve casi irrecuperable. Es el tira y afloja de la educación. Desde el "...que eso no se dice, que eso no se hace, que eso no se toca", que canta el gran Serrat a “esos locos bajitos”, aplicable a la más tierna infancia, hasta la comprensión y los consejos cuando son adolescentes buscando definir su personalidad, pasando por el apoyo durante los cambios que sufren en la pubertad, tenemos la misión de guiarles para que sean personas felices y conformen una buena sociedad para el futuro. Y eso cómo se consigue, pues inculcando valores. Valores universales independientes de la nacionalidad, ideología, credo y condición de la persona. Valores que cimienten su personalidad y les otorguen las herramientas para desarrollarse tanto de forma individual como en sociedad. Entre otros muchos hablamos de bondad, justicia, honestidad, empatía, generosidad, compasión, sacrificio, entrega, humildad y un largo etcétera que debe inculcarse día tras día. Como una gota malaya que vaya moldeando su carácter a partir de las enseñanzas que surgen a raíz de las distintas situaciones cotidianas de la vida. Y no es labor exclusiva de los padres, sino también de los abuelos, los tíos, los amigos y del resto de la sociedad. Dice un proverbio africano que hacen falta todos los integrantes de una tribu para educar a un niño. Los profesores también tienen un papel importante en la educación de nuestros jóvenes, pero los valores deben venir trabajados de casa. Si un profesor tiene que enseñar a compartir no puede enseñar inglés o matemáticas. Forjando hoy estos valores en nuestros hijos, tendremos una sociedad cimentada en dichos valores mañana. Porque nuestros hijos serán el médico, el carpintero, el profesor, el político y el artista del futuro, dando forma a la sociedad de entonces. La buena marcha de la economía, la educación, la sanidad y la sociedad del bienestar que tengamos dependerá en gran medida de esto. Hay muchas cosas materiales que podemos dar a nuestros hijos, pero ninguna tan valiosa como una buena educación. Esta los llevará a la meritocracia, al crecimiento personal, a la búsqueda del bien colectivo y, en último extremo, a la autorrealización y la felicidad. Y todo esto no tiene nada que ver con la clase social, el nivel de estudios ni la localización geográfica, sino con el amor y el respeto por uno mismo y por los demás. Tiene que ver con las ganas de hacer de este mundo un lugar mejor, porque educando a un niño educamos a toda la humanidad. Mi abuelo era peón de albañil, sin estudios y nacido en un pueblecito de Cáceres, pero nadie mejor para enseñarme la importancia de una buena educación. De forma espontánea, durante mi niñez, fue aprovechando distintas situaciones para enseñarme que la clave estaba en educar a los niños desde una edad temprana. Tengo grabada a fuego, de oírla una y otra vez, la frase final con la que apuntillaba cada una de estas enseñanzas y que contiene una enorme carga gráfica. Siempre me decía con su voz ronca y su acento extremeño: “Desde chiquitito se endereza el arbolito”.
David Gómez Rosa (VIVEIRO ASESORES)